Buscar este blog

lunes, 4 de marzo de 2024

Un libro en blanco

    El otro día, cogí el último libro que me había comprado, y me senté en el sofá dispuesto a la lectura. No lo recordaba así, pero ahora el libro no tenía nada que lo adornara en su exterior. Su aspecto era blanco, vacío. No había ni título, ni autor, ni dibujo o fotografía. Nada. Vacío.  Estaba completamente vacío. Al abrirlo al azar por una página cualquiera, comprobé que sus páginas también estaban en blanco. No le di demasiada importancia y regresé al principio. La primera página sí que estaba impresa. Impresa de palabras, de letras, de párrafos y de líneas como cualquier otro libro. Pasé la página y la segunda también estaba en blanco. 
    Decidí comenzar a leer.
    Las primeras líneas de la historia me recordaban a algo, aunque no sabía exactamente a qué. Al acabar la página, volví a avanzar pasando a la siguiente y esta vez, sí que estaba llena de letras. Era un libro mágico, supuse, que iba completando sus páginas según las iba leyendo. Y según las iba leyendo, cada vez me resultaba más familiar aquella historia. 

    Unos días después, al retomar la lectura, solo permanecía completa la página en la que me había quedado, tanto las páginas anteriores como las siguientes, estaban en blanco, por lo que no necesitaba ningún marcapáginas para seguir el rastro de mi lectura. Además de mágico, era práctico, pensé.
    Ahora ya reconocía la historia que me estaba contando. Era mi propio historia, que se iba completando según avanzaba, y borraba las huellas de mi pasado. Un mensaje demasiado ñoño y evidente, pensé, pero continué leyendo sin darle demasiada importancia.

    Una pregunta me vino entonces a la mente: ¿Qué ocurría cuando lo hubiese acabado? ¿Quedarían todas las páginas en blanco de nuevo, o de pronto, todas recuperarían sus letras, sus líneas y sus párrafos para quedarse impresos para siempre?

domingo, 3 de marzo de 2024

Una novela

    El otro día, mientras esperaba en la puerta de un hotel de una ciudad que no es la mía, descubrí un hecho misterioso. o eso es lo que podría haber pensado un escritor cualquiera de novela negra.
    
    Cuando espero, o cuando no estoy haciendo nada, suelo mirar al suelo. Es una de las muchas cualidades que me adornan. Una vez alguien me dijo que parecía que me avergonzara de mí mismo por ir mirando siempre al suelo. Y tenía razón, pero esa es otra historia.
    
    El caso es que en una de mis miradas hacia el suelo, descubrí un cigarrillo entero aplastado en el suelo. Pero no era un cigarrillo sin empezar. Era un cigarrillo que alguien había encendido y luego lanzado al suelo y pisoteado sin piedad. Como un castigo. Y al lado de ese cigarrillo, alejado de él tan solo unos centímetros, había otro más que también había sido prendido y arrojado. Prácticamente entero. Y así, fui descubriendo más y más cigarrillos sin consumir, encendidos y lanzados al suelo. Llegué a contar más de veinte. Todos en un radio de cinco metros. Sin duda era un escenario propicio para la creación de un misterio, pero yo no soy escritor, aunque al menos no sobre el papel. Literalmente.

    En esas divagaciones me encontraba cuando escuché una voz que me preguntaba si había tardado mucho. Era una persona que conocía y con la que había compartido habitación esa noche. 

    Mira, le dije. ¿Has visto esto? 
    ¿El qué? 
    Y yo le señalé, con un gesto circular de mi mano cubriendo todo el espacio que ocupaban, los malditos cigarrillos. 
    Curioso. Deberías de escribir una novela sobre esto, me respondió.
    No puedo, ya lo sabes. Pero dime, ¿Por qué crees que alguien enciende un cigarro y lo tira al suelo tras una o dos chupadas? Y lo que es más curioso aún, ¿por qué lo hace más de veinte veces seguidas?
    Es evidente que está nervioso. O que alguien le interrumpe. O que... 
    Estamos dando por hecho que son de la misma persona, interrumpí. 
    También es evidente. O puede que haya habido un congreso en este hotel para dejar de fumar y sea un ejercicio que les han propuesto. Que cuando tengan ganas de fumar, enciendan un cigarrillo, le den una calada y luego lo tiren. Y al salir, se hayan reunido aquí a desahogarse. 
    Deberías escribir tú esa novela. 

sábado, 2 de marzo de 2024

Los almendros y el vacío.

    El otro día, al pasar con el coche al lado de un colegio que hay cerca de mi casa, observé unos almendros que estaban floreciendo y en los que nunca antes había reparado. Parecía que los hubieran puesto allí ese mismo día, pues paso todos los días por ese mismo lugar y hubiera jurado que antes no estaban.

    Le dije a la mujer que iba sentada a mi lado en el coche que era una imagen preciosa, y le insistí en que eran árboles nuevos que el día anterior no estaban allí. Ella me respondió que siempre habían estado, y yo pensé entonces que la que no había estado ahí antes era ella, y que me alegraba que tanto ella como los propios almendros, formaran parte ahora de mi vida. 

    Después me entró miedo. Me quedé pensando en qué sería lo que me encontraría o el vacío que aparecería al día siguiente cuando volviera a recorrer el mismo camino.