El otro día, al pasar con el coche al lado de un colegio que hay cerca de mi casa, observé unos almendros que estaban floreciendo y en los que nunca antes había reparado. Parecía que los hubieran puesto allí ese mismo día, pues paso todos los días por ese mismo lugar y hubiera jurado que antes no estaban.
Le dije a la mujer que iba sentada a mi lado en el coche que era una imagen preciosa, y le insistí en que eran árboles nuevos que el día anterior no estaban allí. Ella me respondió que siempre habían estado, y yo pensé entonces que la que no había estado ahí antes era ella, y que me alegraba que tanto ella como los propios almendros, formaran parte ahora de mi vida.
Después me entró miedo. Me quedé pensando en qué sería lo que me encontraría o el vacío que aparecería al día siguiente cuando volviera a recorrer el mismo camino.
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